martes, 18 de noviembre de 2008

PRIMERA PARTE: PARANDO A REPOSTAR

Allí estaban los coches, de un lado para otro, devorando kilómetros de asfalto a toda velocidad. Enterrando la ciudad bajo sus ruedas con una indiferencia que sólo alteran lo imprescindible... Lo imprescindible para no colisionar con el resto de los coches. En todos los sitios es igual. Siempre igual.
Aquella noche estaba demasiado borracho. ¿Para qué? Buena pregunta. Demasiado borracho para conducir, demasiado borracho para continuar soportando la cara de una rubia que se me había pegado literalmente toda la noche y ni siquiera me acordaba de su nombre. Creo que nunca lo supe. Casi no me acordaba del mío... En definitiva, demasiado borracho para darme cuenta de que ir andando hasta mi casa supondría más de una hora de penoso caminar y algún que otro disgusto.
- ¿Y ahora te vas?
Las rubias. Siempre las rubias tontitas. Nunca me han atraído y, curiosamente, siempre acabo con ellas... o ellas acaban conmigo. “¿Y ahora te vas?” He de admitir que no era una mala pregunta. Quizá debería haberla enfocado de un modo un tanto más inquisidor, porque si algo había querido dejarle claro a lo largo de la noche, es que en ese preciso instante, tenía la intención de darle la espalda a la Cibeles, a ella y a todos los demás peregrinos nocturnos de los más bajos antros para marcharme a casa.
- Sí, ¿no me ves?
- Pero qué pasa, ¿que te vas a casa andando?
- Ah, pues sí -contesté con sorprendente ingenuidad.
Una mirada perdida, un suspiro y una mano engullida por la melena rubia.
- ¡Pero qué gilipollas! Si vives en San Blas... -el sonido de su voz, cargado de desprecio, a duras penas me llegaba.
- ¡Eso, San Blas! ¡Joder, todo el rato pensando a dónde tenía que ir! -bromeé, golpeándome la frente con la palma de la mano.
Se rió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Enfadarse, por ejemplo. A decir verdad, nadie ha dicho que ambas situaciones sean incompatibles, de hecho, así quedó demostrado. Era el momento preciso para una despedida y no una despedida cualquiera. Aquella velada había resultado tan terrible y patéticamente tediosa que merecía por méritos propios un broche a la altura de las circunstancias: una despedida desconcertante.
- Adiós... seas quien seas.
Caminé por la calle Alcalá. No quise girar la cabeza hacia atrás porque la escena, seguramente, era idéntica al resto. Una rubia exuberante, con una minifalda tan tristemente corta como su coeficiente intelectual y una expresión en el rostro producto de la indignación y confusión del instante. Las miradas de los peregrinos se repartían entre ambos, aunque no como consecuencia de los mismos motivos. El sector masculino sería para ella; su minifalda se hacía aún más corta y su escote aún más ancho bajo sus miradas obscenas. El sector femenino, en cambio, para mí, pero sus miradas me acribillarían la espalda y en vez de un “Vaya cuerpo” sus mentes gritarían a pleno pulmón un contundente “Cabronazo”, que inmediatamente después de observar a sus acompañantes acalorados por la visión de la rubia se transformaría en un “Todos los tíos sois iguales”.
En cierto modo es así. Pero todas las mujeres son iguales. Todos somos iguales. Somos como los coches. Circulamos a toda velocidad con cuidado de no chocar con los demás y, de vez en cuando, paramos un breve instante para repostar en compañía de alguien... así hasta que llega el día en que te estrellas. Cada uno tiene un modelo distinto de vehículo. Los hay sofisticados y clásicos, grandes y pequeños o seguros e inseguros, pero todos, absolutamente todos recorren el mismo camino.
Esta fue una de las deducciones que obtuve de aquel paseo por la calle Alcalá mientras mi cerebro navegaba hasta hundirse, una vez más, en whisky. Incluso hallé la metáfora adecuada para esos pobres locos que aseguran haberse reencarnado: los coches de segundamano.

3 comentarios:

Javier J. Concepción dijo...

Se que muy probablemente, si por alguna extraña razón alguien lee alguno de mis relatos, no conseguiré llegarle. En cambio tú, tienes en mí, no solo un colega, sinó alguien que, entre otras muchas razones, te lee para aprender a escribir.

David Bollero dijo...

¡Muchas gracias, Jabato! Seguiremos poco a poco... para cuando se terminen las entregas de Siniestro Total, quizás ya esté lista la próxima obra...

Treinta Abriles dijo...

Acabo de engancharme a tu novela, David.

Te felicito por el ambiente que sabes crear cuando escribes.